República Dominicana: Venecia del Caribe

Por: Ozema Méndez Herasme
Santo Domingo.- La paradoja es clara y dolorosa: mientras la República Dominicana figura entre las economías de mayor crecimiento de la región, recibe más de 11 millones de turistas al año y presume de ser sede de importantes eventos deportivos internacionales, nuestras ciudades se desploman ante la primera gran lluvia.
Recordamos con pesar aquel fatídico noviembre en que la cañada de Guajimía le arrebató los sueños a un ciudadano, o el colapso del túnel de la 27 de Febrero con Máximo Gómez, donde la tragedia aplastó vehículos y vidas humanas. ¿No fue suficiente entonces? No lo ha sido tampoco cada vez que un aguacero convierte avenidas en ríos y peatones en náufragos urbanos.
¿Qué más debemos esperar para accionar de manera concreta sobre el drenaje pluvial? No basta un comunicado de la alcaldesa del Distrito Nacional, Carolina Mejía; no basta salir a limpiar alcantarillas después del desastre. (Ponemos candado después de que nos roban).
Tampoco basta un comunicado de la Alcaldía de Santo Domingo Este: el flamante alcalde Dio Astacio ni siquiera estaba en el país. Me imagino que cumpliendo compromisos internacionales o proyectando la gran idea de convertir al municipio en un referente del turismo. Quizás la “Costa del Faro” esté brillando en aguas extranjeras, mientras el caos se apodera de cada barrio y avenida.
El desorden urbano, los tapones interminables, las calles colapsadas y la impotencia ciudadana nos recuerdan que no estamos preparados para enfrentar ningún tipo de fenómeno natural.
Si con simples gotas de agua el país se pone de rodillas, ¿qué será de nosotros frente a un ciclón de gran magnitud?
La República Dominicana no puede seguir confiando en la obra y gracia del espíritu santo.
El tiempo de improvisar se acabó.
El país necesita planes integrales de drenaje pluvial, inversiones sostenidas en infraestructura fuertes  y una política urbana que mire más allá del ciclo electoral.
La tragedia no solo se vive en las grandes avenidas de la capital. En el día de ayer, en una comunidad de San José de Ocoa, una mujer en labor de parto tuvo que cruzar un río con la ayuda de comunitarios para llegar a un centro de salud.
Esa imagen es el retrato más crudo de nuestra realidad: madres que arriesgan su vida para dar a luz, mientras un país entero presume de modernidad.
Y es aquí donde debemos aclarar la ironía: no somos la Venecia del Caribe por sus impresionantes paisajes, por el romanticismo que evoca esa ciudad italiana ni por la cantidad de turistas que la visitan. Somos la “Venecia del Caribe” porque, tras cada aguacero, las calles se convierten en ríos; porque, entre la multitud de carros y el tráfico desordenado, tendremos que andar en góndolas si no se actúa de inmediato.
Esa deuda no puede esperar: la República Dominicana merece ser admirada por sus logros, pero antes debe garantizar lo esencial: la vida y la dignidad de su gente.